En el evangelio de Juan, en el capítulo 7, verso 51, leemos: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?” Sin duda alguna, Francisco Prudencio recuerda la verdad impactante de este versículo, ante quienes me juzgaban sin escuchar mis razones en el Colegio Cristiano del Centro, por parte, no solamente de la facultad del mismo, sino aún por diversos predicadores. ¿No recordará la injusticia cometida? ¿No se indignó él mismo, al saber que un servidor era juzgado, sin siquiera poder defenderme, y sin siquiera saber que estaba siendo juzgado? Lo interesante del caso, es que, pasado el tiempo, no solamente Francisco Prudencio, sino aún otros que se dicen “Cristianos”, amantes de Jesús y de su voluntad, hacen las mismas cosas. Hablan a mis espaldas. Intercambian información que tiene que ver con mi persona, mi fe y mis convicciones, para luego llegar a conclusiones deseadas de
antemano. ¿Es justo tal proceder? ¿Es conforme al evangelio del Señor? Si entre los mismos judíos no era justo, ¿cómo lo será en el camino del Señor, teniendo una ética sumamente superior a la existente en la ley judía?
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