Respuesta a las mentiras de José Carlos Ruiz.

En el Nuevo Testamento podemos leer sobre casos cuando a Jesús y a sus apóstoles se les imputaban creencias, declaraciones o hechos falsos. Hasta los testigos oculares conseguían torcer lo que escuchaban. El corazón humano convierte la verdad en eco distorsionado con una facilidad vergonzosa.

Pilato clavó un error monumental cuando interrogó a Jesús. Le preguntó si era “rey de los judíos” como si Cristo aspirara a un trono político. El propio Jesús tuvo que desmantelar esa caricatura inútil, explicando que su reino no era de este mundo. La acusación fue un espejismo político fabricado por los líderes judíos, y Pilato, siempre tan práctico, la repitió sin entender su alcance teológico. Los transeúntes que pasaron frente a la cruz citaron mal las palabras del Señor sobre destruir el templo y levantarlo en tres días. No les entró en la cabeza que el Maestro hablaba de su cuerpo. Convirtieron una profecía gloriosa en un chiste de mal gusto, incapaces de ver que el verdadero santuario estaba colgado ante sus ojos. El rumor ridículo que circuló después de la resurrección fue otra muestra del genio humano para maquillar la verdad. Los líderes sobornaron a los soldados para que dijeran que los discípulos habían robado el cuerpo mientras ellos dormían. Un relato tan incoherente que hasta un niño de primaria lo derribaría, pero que se extendió “hasta el día de hoy”, según Mateo, porque nada se propaga tan bien como la mentira conveniente. El malentendido de Pedro en la visión del lienzo en Hechos 10 tampoco es poca cosa. El apóstol pensó que Dios lo invitaba a un banquete de animales inmundos, cuando el Espíritu estaba demoliendo siglos de prejuicio étnico para abrir la puerta a los gentiles. Pedro necesitó tres repeticiones, porque la terquedad teológica es uno de los sacramentos no oficiales de la especie humana. Cuando Pablo predicó en Atenas, algunos oyentes lo acusaron de anunciar “nuevos dioses” o de ser un charlatán que recogía ideas de aquí y allá. No entendieron la resurrección, no entendieron la exclusividad de Cristo, no entendieron nada. El Areópago estaba lleno de cerebros brillantes, pero incluso los sabios pueden ser torpes cuando una verdad no les conviene. En Corinto, el apóstol tuvo que corregir la mentira de que él promovía libertinaje cuando enseñaba la libertad en Cristo. “Todo me es lícito” se convirtió en bandera para justificar pecados que Pablo jamás había aprobado. Algunos tomaron una frase parcial y la transformaron en licencia de autodestrucción moral. En Tesalónica, algunos se enredaron con la enseñanza sobre la venida del Señor. Un falso mensaje, dijo Pablo, “como si fuera de nosotros”, los hizo creer que el día del Señor ya había llegado. Pablo tuvo que intervenir para desmontar esa profecía fraudulenta, recordándoles que ni el apóstol ni el evangelio predican alarmismos huecos. Los judaizantes son quizá el caso más sangrante. Torcieron la enseñanza apostólica y aseguraron que sin circuncisión no había salvación. Pablo tuvo que encender fuego en Gálatas para dejar claro que semejante cosa era otra versión del evangelio, y otra versión del evangelio no es evangelio en absoluto, sino anatema. Y cuando Pedro se apartó de los gentiles por temor a los de Jerusalén, su conducta predicó una mentira práctica, negando con sus actos la verdad del evangelio que confesaba. Pablo lo confrontó porque hasta un apóstol puede, por tibieza, comunicar una falsedad más poderosa que un sermón. La historia es consistente. Cristo habla con claridad, los apóstoles enseñan con precisión, y el mundo responde con ecos deformados, miedos, intereses, rumores y necedad. La luz llega, y el ser humano se empeña en mirar con los ojos cerrados. Aun así, el evangelio persiste, paciente como un profeta que vuelve a tocar la puerta mientras hacemos malabares con nuestras tinieblas.

Y esto mismo es lo que ha hecho José Carlos Ruiz en una transmisión con el detractor y falso maestro Fernando Mata, donde fui tema de conversación. No tengo problema con que sea tema de conversación, ni mucho menos que alguien pretenda refutarme en algún tema bíblico. El problema radica en que se digan mentiras en mi contra, y que se mal represente mi conducta o mi enseñanza. José Carlos Ruiz dice varias cosas falsas sobre lo que su servidor predica sobre la iglesia y el movimiento de restauración, revelando, además, su gran ignorancia con respecto a lo que es la iglesia de Cristo, y el uso bíblico de la palabra iglesia. Ignorancia que es compartida por el detractor y falso maestro Fernando Mata, quien, en lugar de corregirle, aprueba su mentira, y así, convalidad su error y falta de comprensión bíblica. Ambos cojean del mismo pie en este asunto. Aquí les dejo el video donde José Carlos Ruiz habla sobre mi persona y predicación, para luego, presentar mi defensa.

Para realizar mi defensa del caso, voy a citar las palabras de José Carlos Ruiz, precedidas por las iniciales “JCR”, para luego exponer mi respuesta.

JCR: “Pero, yo estaba escuchando hermano”

Respuesta: A veces uno pensaría que la imaginación de algunos hermanos tiene más producción que una editorial entera, pero ni así se dignan a citar una sola fuente objetiva. Como vemos, José Carlos Ruiz afirma con toda soltura que “estaba escuchando”. La frase suena tan firme como un castillo hecho de arena mojada. Porque la pregunta inmediata, inevitable y casi dolorosa es, ¿qué cosa estaba escuchando? Él está listo para soltarnos su versión de lo que supuestamente oyó, pero no alcanza la mínima prudencia de especificar dónde escuchó aquello que me atribuye sobre Alejandro Campbell y el Movimiento de Restauración. ¿Fue un sermón mío? Si es así, ¿podrá decirnos cuál, en qué fecha, ante qué audiencia? ¿Fue alguna clase en video? ¿Sobre qué tema, y en qué minuto? ¿Fue una conversación privada? ¿Con quién, cuándo y en qué contexto? La Biblia no deja espacio para este tipo de ligerezas. El noveno mandamiento es directo como un martillo, cuando dice, “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). No dice: “No hablarás falso testimonio… a menos que estés muy seguro de que lo oíste por ahí, en algún lugar nebuloso que ya no recuerdas bien”. Dice lo que dice. Punto. Jesús mismo enseñó que toda acusación debe sostenerse en evidencia verificable, no en impresiones vagas ni en memoria creativa. En Mateo 18:16 establece el principio que dice, “para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra”. Y Pablo lo repite en 2 Corintios 13:1. Dios no acepta cargos flotando en el aire; exige sustento, claridad, testigos, hechos. Cuando alguien asegura haber escuchado algo, pero no puede decir dónde, ni cómo, ni cuándo, ni en qué contexto, esa persona no está siguiendo el camino de la verdad, sino el de la confusión. Y, peor aún, quien afirma sin probar califica dentro de esa categoría vergonzosa mencionada por Pablo cuando exponía a mujeres que no solo eran ociosas, “sino también palabreras y curiosas, hablando lo que no conviene” (1 Timoteo 5:13/NTPB). Si tal actitud ya es reprobable en una mujer, ¿qué se puede decir de un varón que hace la misma cosa? Por eso es vital tener cuidado cuando alguien dice que escuchó tal o cual cosa de un hermano sin presentar evidencia por la cual podamos comprobar que sea cierto lo que afirma haber oído. El Señor Jesucristo advirtió que “de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36). Palabra ociosa no es solo la broma tonta; es también la acusación irresponsable, la insinuación sin base, la frase lanzada al viento para causar daño o levantar sospecha. Nada destruye más rápido la hermandad que los rumores disfrazados de “yo escuché que…”. Es veneno en copa dorada. El proverbio lo retrata con precisión quirúrgica cuando dice, “El testigo falso no quedará sin castigo” (Proverbios 19:5). Ese es el final inevitable de quien afirma sin probar, acusa sin mostrar, y repite sin verificar. Así que, amonestamos a José Carlos Ruiz, y a todo aquel que tiene esta fea costumbre de hablar con ligereza, sobre algo desfavorable de su prójimo, a que dejen de hacerlo, porque cuando lo hacen, hieren, lastiman o dañan al cuerpo de Cristo. Así que, delante del Dios que pesa los corazones, le exhortamos a que tenga temor de abrir la boca sin fundamento. Si quiere afirmar algo, que lo pruebe. Si quiere denunciar algo, que muestre la evidencia. Si dice que escuchó algo, pues que señale la fuente para que podamos confirmar o desmentir ese dicho. Y si no puede hacerlo, entonces que guarde silencio, porque el silencio humilde honra más al Señor que la lengua apresurada. No debemos convertirnos en fábrica de rumores, más bien, debemos vivir de acuerdo a la naturaleza misma de la iglesia a la que pertenecemos, la cual es columna y baluarte de la verdad (cfr. 1 Timoteo 3:15). Quien ama la verdad la trata con cuidado. Quien ama a Cristo respeta el nombre de sus hermanos y de todo hombre. Y quien teme a Dios nunca se atreve a decir “yo escuché” cuando ni siquiera puede decir dónde.

Y, por otro lado, ¿dónde quedó la ética del detractor? ¿En qué rincón oscuro la extravió, o acaso nunca la tuvo en el equipaje? ¿Por qué no reaccionó de inmediato para exigir al hermano que presentara pruebas de sus dichos? Un hombre que teme a Dios no necesita tres días de reflexión ni consultas secretas para rechazar el falso testimonio. Bastaría con que recordara lo que enseña la Escritura: “El testigo falso no quedará sin castigo, y el que habla mentiras no escapará” (Proverbios 19:5). Pero él, tan presto para predicar amor universal, tan dispuesto a adornar su discurso con palabras dulces, se quedó callado cuando más urgía la verdad. Porque, aunque dice amar a medio mundo, la verdad es que no le importa. El amor bíblico no se mide por abrazos digitales ni por frases sentimentales, sino por obediencia concreta. Pablo dijo, “El amor sea sin fingimiento; aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Romanos 12:9). Y si alguien deja circular una mentira sin confrontarla, no ama ni al ofendido, ni al ofensor, ni a la iglesia, ni al Dios santo que exige justicia. Ese silencio suyo no fue neutralidad. Fue complicidad disfrazada de cordialidad. Ya en varias ocasiones ha hecho exactamente lo mismo. Ha dejado que sus fanáticos seguidores o sus improvisados invitados se expresen, tanto por palabra como por escrito, mal de mí, sin corregirlos, sin detenerlos, sin pedirles evidencia, sin recordarles que la lengua puede incendiar un bosque entero, tal como advierte Santiago 3:5-6. Y cada vez que lo han hecho, lejos de dolerse, lejos de llamarlos al orden, lejos de exigir verdad, el detractor ha mostrado una satisfacción apenas disimulada, como quien disfruta ver caer chispas sobre la reputación ajena. No prueba en él otra cosa que gozo y alegría, gozo por el ataque ajeno, alegría por la calumnia ajena, ambas incompatibles con el amor que dice profesar. Es verdaderamente lamentable que uno que presume ser siervo de Cristo y conocedor del amor de Dios se preste para un espectáculo tan pobre y vergonzoso. Porque el siervo de Cristo tiene un deber irrenunciable, “rechazar las fábulas profanas” (1 Timoteo 4:7), “desechar toda malicia” (1 Pedro 2:1) y “hablar verdad cada uno con su prójimo” (Efesios 4:25). El que tolera falsedades no es ejemplo del evangelio, sino sombra del enemigo, pues Jesús dijo que el diablo “es mentiroso y padre de mentira” (Juan 8:44). Y cuando un hombre, por su silencio o por su pasividad, permite que prosperen mentiras, termina pareciéndose más al padre de la mentira que al Príncipe de la verdad. La conducta del detractor no es un tropiezo accidental. Es una grieta moral. Una fractura ética. Un abandono del mandato apostólico. Si fuera un siervo fiel, defendería la verdad incluso cuando le incomoda, incluso cuando lo obliga a corregir a sus aliados. En cambio, guarda silencio, sonríe, asiente y deja correr la falsedad como quien deja un río turbio arrastrar lo que encuentre. Y luego pretende hablar del amor de Dios, como si el amor no fuera una demanda de pureza, una llama que quema la mentira hasta convertirla en ceniza. Cristo no llamó a sus siervos a proteger calumniadores, sino a proteger la verdad. Y el que no lo hace demuestra que su ministerio es de cartón, y su amor, un adorno de ferretería espiritual.

JCR: “que él dice, sí, que, por qué dicen que nosotros no venimos de Campbell, de los campbelitas, si el que restauró la iglesia fue… dice él restauró la iglesia y que por eso nosotros somos iglesia de Cristo, ¿quién le dijo a él esa mentira?”

Respuesta: Aquí la única “mentira” es la que dice José Carlos Ruiz. Es falso que yo haya afirmado que Alejandro Campbell “restauró la iglesia y que por eso nosotros somos iglesia de Cristo”, tal cosa es una completa mentira. Para mostrar evidencia de que su servidor no enseña semejante disparate, aquí presento un fragmento del documental producido por nuestro hermano Guillermo Álvarez, que hiciéramos junto con él, el hermano Luis A. Barros y su servidor, precisamente sobre el Movimiento de Restauración en Estados Unidos.[1] Considere mi siguiente declaración, para que pueda darse cuenta que lo dice José Carlos Ruiz es un reverendo absurdo.

Como vemos, su servidor fue sumamente claro al decir que “la iglesia de Cristo”, en su sentido universal, no nació de ningún reformador, restaurador, predicador del siglo XVIII ni del XIX, sino del designio eterno de Dios. La iglesia universal tuvo su origen en la mente divina desde antes de la fundación del mundo, tal como Pablo afirma en Efesios 3:10-11. Fue anunciada en la era patriarcal, cuando Dios prometió a Abraham que en su simiente serían benditas todas las naciones (Génesis 22:18), profecía que Pedro conecta directamente con Cristo y la iglesia en Hechos 3:25. Fue anunciada por los profetas, como Isaías, quien habló del “monte de la casa de Jehová” establecido sobre los montes y recibiendo a todas las naciones (Isaías 2:2-3), texto que Jesús y los apóstoles interpretan como el establecimiento del reino mesiánico. Fue preparada en los días de Cristo, quien proclamó: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18). Y comenzó a ser edificada en Pentecostés del año 33, en Jerusalén, cuando por primera vez se anunció el evangelio en su plenitud y “el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47).

Luego, es un absurdo monumental afirmar que yo haya dicho que somos “iglesia de Cristo” porque Alexander Campbell la haya restaurado. Solo alguien profundamente confundido podría cometer semejante error conceptual. Nuestro estimado hermano no ha logrado distinguir entre la iglesia en su sentido universal, que no tiene fecha ni fundador humano, y las iglesias de Cristo en sentido local, que sí tienen un inicio histórico, geográfico y humano, como cualquier congregación mencionada en el Nuevo Testamento.

Cuando yo afirmo que las iglesias de Cristo en el continente americano tuvieron sus orígenes en la obra de Barton W. Stone, Walter Scott, los Campbell y otros, estoy hablando evidentemente de iglesias locales. No estoy diciendo que restauraron la iglesia universal, sino que plantaron congregaciones en lugares específicos, en estados específicos, en fechas verificables. En el Nuevo Testamento leemos sobre “las iglesias de Cristo” en Romanos 16:16, pero esas iglesias estaban en el continente europeo, no en América. Por tanto, cuando preguntamos quiénes iniciaron iglesias de Cristo en América, la respuesta histórica tiene que ver necesariamente con la obra de los restauradores.

Esto es un hecho histórico. No es un invento, no es una conjetura, no es una ocurrencia salida de una tarde de aburrimiento. Es historia documentada: correspondencia, periódicos, registros de reuniones, debates, manuscritos, autobiografías, archivos congregacionales. Negarlo es como negar que Constantino gobernó Roma o que Jerusalén queda en Palestina.

Pero si el detractor y falso maestro Fernando Mata, junto con su aliado José Carlos Ruiz, niegan esto, entonces que nos digan cuándo y dónde se estableció la primera iglesia de Cristo en América. Porque las iglesias no brotan como hongos después de la lluvia. No aparecen por generación espontánea. Toda iglesia local tiene un origen trazable: alguien predicó, alguien enseñó, alguien obedeció el evangelio, alguien convocó a una congregación, alguien la organizó conforme al patrón bíblico.

Luego, que nos digan dónde, cuándo y quiénes establecieron las primeras iglesias de Cristo en nuestro continente. Si no fueron Stone, Scott, los Campbell y otros predicadores del Movimiento de Restauración, entonces ¿quiénes? Si no fue en Kentucky, Pennsylvania, Virginia, Tennessee, Ohio o las regiones donde ellos predicaron, entonces ¿en qué rincón desconocido ocurrió? Si no fue entre los años documentados de 1800 a 1832, entonces ¿cuándo?

Ya veremos qué explicación nos dan al respecto, si es que tienen alguna que no se desmorone en los primeros diez segundos de análisis. Porque la verdad, es que cuando alguien niega la historia para sostener su narrativa doctrinal, solo demuestra que no le interesa la verdad, sino el eco de sus propios prejuicios. Y contra eso no existe restauración, sino arrepentimiento.

JCR: “Cuando Daniel 2:47, 2:47 o 2:42 dice que el Señor Jesucristo prometió, o sea Dios prometió desde Daniel que iba a proteger su iglesia, que su iglesia iba a ser invencible. Si la iglesia iba a ser invencible, ni podía, no puede venir Campbell a decir, yo lo voy a restaurar la iglesia, porque, porque yo soy mejor que Dios, no puede hacer eso Campbell. No lo puede hacer.”

Respuesta: Esta declaración no es un argumento; es una confusión de textos mal citados, categorías confundidas y lógica evaporada. Pero, como es nuestra costumbre, vamos a desmontarlo pieza por pieza.

Primero, nuestro confundido hermano cita tres veces “Daniel 2:47”, como si repitiendo la referencia mágicamente apareciera en ese versículo la palabra “iglesia”. Daniel 2:47 no habla de la iglesia, ni de que sea invensible, ni de una promesa hecha “por Jesucristo” en tiempos de Nabucodonosor. Lo que dice el texto es que el rey pagano reconoce que el Dios de Daniel es “Dios de dioses y Señor de los reyes”. Punto. Nada de iglesia. Nada de invencibilidad eclesiológica. Nada de Cristo prometiendo protección. Sencillamente no está ahí.

La profecía de Daniel sobre el reino eterno no se encuentra en 2:47, sino en 2:44: “el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido”. Ese reino es el reino mesiánico, el mismo que Cristo inauguró en Pentecostés y que Pablo identifica con la iglesia en Colosenses 1:13. Pero incluso siendo así, la profecía se refiere al reino universal, no a una congregación local en Kentucky en el siglo XIX.

Aquí está la falla fatal del argumento de nuestro despistado hermano. Él confunde la iglesia en su sentido universal y eterno, cuya existencia y permanencia dependen exclusivamente del poder de Dios, con iglesias locales, históricas, geográficas, temporales, que sí pueden desaparecer, desviarse o corromperse. Eso ocurre incluso en el Nuevo Testamento. Las iglesias de Asia, por ejemplo, a las que Cristo dirige advertencias severísimas en Apocalipsis 2–3, podían ser “quitadas de su lugar” si no se arrepentían. ¿O acaso José Carlos Ruiz piensa que Cristo les mintió?

Además, Pablo advirtió explícitamente que después de su partida algunos ancianos de Éfeso se convertirían en lobos y arrastrarían discípulos (Hechos 20:29-30). ¿Dónde quedó la “invencibilidad” de esa congregación? La iglesia universal es invencible; las iglesias locales, no. Tan simple como distinguir entre el sol y sus reflejos en el agua.

La falsedad continúa cuando dice: “no puede venir Campbell a decir: ‘yo voy a restaurar la iglesia’ porque eso sería decir que es mejor que Dios”. El problema es que nadie, ni Campbell, ni Stone, ni Scott, ni ningún restaurador serio, jamás afirmó que estaba “restaurando la iglesia universal”. Restaurar la iglesia universal es imposible porque la iglesia universal nunca se destruyó. Cristo la sostiene, Cristo la gobierna, Cristo la preserva.

Lo que ellos restauraron fue la práctica neotestamentaria en congregaciones locales específicas. Es decir, plantaron iglesias conforme al patrón bíblico, libres de credos humanos y jerarquías humanas. Restaurar una congregación o un modelo congregacional no es restaurar la iglesia universal. Es exactamente lo que hicieron Esdras y Nehemías con Israel, restauraron prácticas, no el plan eterno de Dios. ¿Diría José Carlos Ruiz que ellos “se creían mejor que Dios”?

Por otro lado, si José Carlos Ruiz insiste en que la restauración local implica reclamar superioridad sobre Dios, entonces deberá explicar por qué todas las iglesias del Nuevo Testamento fueron fundadas por humanos. ¿Fue Pablo “mejor que Dios” por establecer la iglesia de Corinto? ¿Fue Pedro “mejor que Dios” por predicar en Pentecostés? ¿Fueron los hermanos dispersos tras la persecución mejores “que Dios” por fundar la iglesia en Antioquía (Hechos 11:19-21)? Cada una de esas iglesias tuvo un inicio humano, geográfico e histórico. Las iglesias no caen del cielo con estructura y miembros incluidos. Tampoco las del siglo XIX.

Así que, lejos de refutar la evidencia histórica, el argumento de José Carlos Ruiz solo exhibe una enorme confusión doctrinal. Mezcla Daniel 2:47 con Daniel 2:44. Mezcla el reino universal con congregaciones locales. Mezcla la preservación divina con la responsabilidad humana. Y al final concluye algo que nunca ocurrió, que Campbell pretendió restaurar la iglesia universal. ¿Qué le parece?

La verdad simple, bíblica e histórica es esta, Dios estableció el reino eterno. Cristo edificó la iglesia universal. Ningún hombre puede destruirla ni restaurarla. Pero las iglesias locales sí pueden levantarse, desaparecer, corromperse, reformarse o restaurarse. Y las iglesias de Cristo en América tuvieron su inicio histórico en la obra de Stone, Scott, los Campbell y otros predicadores. Eso no contradice Daniel, ni a Cristo, ni al evangelio. Solo contradice la ignorancia de José Carlos Ruiz y del detractor y falso maestro Fernando Mata.

Cuando un argumento está construido sobre errores textuales, confusiones conceptuales y frases melodramáticas, no queda otra cosa que hacerle un servicio cristiano, es decir, corregirlo, refutarlo y dejarlo allí, para que quien lo dijo decida si quiere seguir defendiendo humo o abrazar la verdad y ser libre del error.

JCR: “A mí el que me diga campbelita que me demuestre, que me demuestre que lo que dice Daniel es mentira, que me demuestre lo que dijo el Señor Jesucristo, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella, que me demuestre que eso es mentira. Ahí le voy a creer yo a Lorenzo Luévano, ahí voy a decir que Lorenzo Luévano, habla la verdad.”

Respuesta: el argumento de José Carlos Ruiz, y que apoya el detractor y falso maestro Fernando Mata, es tan frágil que uno siente que basta con soplarle para que se deshaga. Pero, vamos a refutarlo con precisión bíblica, lógica y un toque de ese cansancio existencial que me provoca ver a un adulto citar textos que no entiende.

José Carlos Ruiz dice: “A mí el que me diga campbelita que me demuestre que lo que dice Daniel es mentira… que me demuestre lo que dijo el Señor Jesucristo, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella, que me demuestre que eso es mentira.”

El problema es que nadie, absolutamente nadie, ha dicho que Daniel mintió, ni que Cristo mintió, ni que la iglesia universal fue destruida, ni que las puertas del Hades prevalecieron contra ella. Todo eso existe únicamente en la imaginación de José Carlos Ruiz y del detractor y falso maestro Fernando Mata. Ellos están refutando un argumento que jamás se hizo, atacando una afirmación que nadie sostuvo, y respondiendo a una fantasía doctrinal que solo vive en su cabeza.

Primero, Daniel 2:44 promete que el reino mesiánico no será jamás destruido. Eso lo creemos todos los cristianos fieles. Y Cristo en Mateo 16:18 afirma que la iglesia que Él edifica es inconquistable. Eso también lo creemos todos. Nadie está negando la permanencia eterna del reino. Nadie está negando la victoria inquebrantable de la iglesia universal. Nadie está negando el poder supremo de Cristo sobre su pueblo. Pedir “que me demuestren que eso es mentira” es como pedir que demostremos que la gravedad no existe. No procede, porque nadie está negando lo que él quiere que neguemos.

José Carlos Ruiz, y al parecer también el detractor y falso maestro Fernando Mata, no han logrado entender que hay una diferencia radical entre:

  • La iglesia universal, eterna, invencible, preservada por Dios.
  • Una iglesia local, histórica, vulnerable, imperfecta, que sí puede desviarse, morir o necesitar restauración.

Cristo dijo que las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia; pero contra la iglesia universal. La iglesia universal no se compone de iglesias, ¿verdad? Cristo, nunca dijo que ninguna congregación local se desviaría o apostataría. De hecho, dijo todo lo contrario.

A las iglesias de Asia les advirtió que removería su candelero si no se arrepentían (Apocalipsis 2–3). A Éfeso le dio un ultimátum directo, cuando le dijo, “quitaré tu candelero de su lugar” (Apocalipsis 2:5). ¿Mintió Cristo? Según la lógica del detractor y de José Carlos Ruiz, sí. Mintió. Pero, según la Biblia, dijo la verdad, no mintió. Según el sentido común espiritual, tampoco. Es ilógico que Cristo haya mentido; pero si no mintió, entonces el detractor y José Carlos Ruiz andan más extraviados que Adán en el día de las madres.

Pablo dijo que después de su partida algunos ancianos se volverían lobos (cfr. Hechos 20:29-30). ¿Mintió Pablo? Según la lógica del detractor y de José Carlos Ruiz, sí. Mintió. Pero, según la Biblia, no.

El punto es evidente como el mediodía. La iglesia universal es invencible; las iglesias locales no lo son. Por eso, cuando decimos que Stone, Campbell, Scott y otros establecieron iglesias locales en América, no estamos diciendo que restauraron la iglesia universal. Estamos diciendo que plantaron congregaciones conforme al patrón bíblico. Eso es historia documentada, no teología inventada.

Pero el detractor y José Carlos Ruiz no distinguen categorías, y por eso exigen que se les demuestre “que lo que Cristo dijo es mentira”. Nadie tiene que demostrarles tal cosa, porque nadie ha dicho tal cosa. La carga de prueba que él exige es absurda, como pedirle a un pescador que demuestre que el mar no existe.

Si ellos realmente quieren usar Mateo 16:18 como espada, tendrán que explicar por qué tantas congregaciones descritas en el Nuevo Testamento desaparecieron sin dejar rastro. Tendrán que explicar por qué el evangelio se extinguió en varios lugares y tuvo que ser predicado de nuevo. Tendrán que explicar por qué los restauradores del siglo XIX encontraron regiones enteras sin iglesias fieles. ¿Falló Cristo? ¿Mintió Cristo? ¿Prevaleció el Hades? Según la doctrina bíblica, no. Según la confusión del detractor y de José Carlos Ruiz, tendrían que decir que sí.

El problema no es la Biblia; el problema es su hermenéutica de plastilina. Y cuando remata diciendo que solo creerá la verdad “el día que le demuestren que Cristo mintió”, confiesa algo que él mismo no ve, su incapacidad para debatir el tema real. Nadie está discutiendo la invencibilidad del reino; estamos discutiendo la fundación histórica de iglesias locales en América. Y esa historia, lo lamento por él, no desaparece porque se ponga dramático al micrófono.

Entonces, que quede claro, la iglesia universal jamás fue destruida. Pero, las iglesias locales sí pueden serlo. Los restauradores del siglo XIX no “restauraron la iglesia universal”, sino congregaciones locales. Negar esto es negar historia, negar hermenéutica y negar simple lógica. Y si el detractor, como José Carlos Ruiz, quieren seguir confundiendo conceptos, que lo hagan; pero que no exijan que demostremos que Cristo mintió cuando nadie, excepto ellos, han sugerido semejante disparate.

JCR: “Pero cuando él dice que Campbell es el que restauró la iglesia, que me perdone Lorenzo Luévano, pero yo no soy seguir de ningún hombre… yo soy seguir del Señor y Salvador Jesucristo.”

Respuesta: Esto suena muy piadoso, muy solemne, muy espiritual, pero completamente desconectado de lo que realmente se está discutiendo. No estamos hablando de seguir a un hombre. No estamos hablando de que Campbell sea cabeza de la iglesia. No estamos hablando de restaurar la iglesia universal. Estamos hablando de un dato histórico sencillo, que ciertos predicadores del siglo XIX establecieron iglesias locales de Cristo en América. Nada más. Nada menos.

Si decir que Campbell estableció congregaciones locales es “seguir a un hombre”, entonces Pablo, Pedro, Bernabé y los demás apóstoles, según esa lógica, fueron seguidos como ídolos. Y eso es absurdo.

Pablo estableció la iglesia en Corinto (cfr. Hechos 18:1-11). ¿Eso hacía a los corintios “seguidores de Pablo”? Claro que no. Pablo mismo lo niega en 1 Corintios 1:13, diciendo que él no murió por ellos, ni en su nombre fueron bautizados. Y, aun así, Pablo fue el fundador humano de esa iglesia local. Hecho histórico, no culto a la personalidad.

Lo mismo ocurre con Campbell. Decir que estableció iglesias locales, no es adorarlo, ni adorarlo es establecer iglesias locales. La confusión está en el cerebro de José Carlos Ruíz, no en la doctrina.

Además, si él insiste en esa frase sentimentaloide, “yo no soy seguidor de ningún hombre”, entonces que deje de citar a sus predicadores favoritos, que deje de repetir sus argumentos, que deje de adoptar sus posiciones doctrinales, porque todo eso es seguir a hombres. El problema no es seguir a un hombre; el problema siempre ha sido seguir a hombres en lugar de Cristo. Y aquí nadie está pidiendo tal cosa.

José Carlos Ruíz hace una afirmación falsa (“Lorenzo dijo que Campbell restauró la iglesia universal”), luego, sobre esa falsedad inventada, construye una declaración heroica, “yo no sigo hombres”. Eso es puro teatro. ¿Por qué? Porque nadie dijo que Campbell restauró la iglesia universal. Nadie dijo que debes seguir a Campbell. Nadie dijo que Campbell es tu señor ni tu salvador. Nadie dijo que Campbell debe ocupar un lugar espiritual en tu vida. Todo eso son caricaturas baratas para evitar enfrentar el argumento real, ¿Quién fundó las primeras iglesias de Cristo en América? Si no fueron Stone, Scott, los Campbell y otros, entonces ¿quiénes? Si no fueron ellos, entonces ¿dónde están los documentos? Si no fueron ellos, ¿por qué toda la literatura histórica, eclesiástica y secular coincide en ese origen? Y si José Carlos Ruíz tiene otra teoría, que la presente con evidencia, no con slogans emocionales.

Además, si él insiste en que reconocer un fundador humano de una iglesia local es “seguir a un hombre”, entonces deberá decir que los cristianos del primer siglo eran “seguidores de Lidia”, “seguidores de Filemón”, “seguidores de Epafras”, “seguidores de Apolos”, “seguidores de Pablo”, porque esas iglesias tuvieron fundadores humanos. ¿Va a destruir medio Nuevo Testamento para sostener su frase melodramática?

La realidad es esta, tener un fundador humano en cuanto a una iglesia local no niega que Cristo sea el único fundador de la iglesia universal. Reconocer un dato histórico no es seguir a un hombre, sino aceptar los hechos. Negar los hechos no es seguir a Cristo, sino seguir la propia ignorancia. Y si José Carlos Ruíz quiere seguir repitiendo que “no sigue a hombres”, que lo demuestre rechazando la enseñanza de los hombres que él escucha cada semana. Porque, hasta ahora, parece seguirlos con más fervor que a los hechos, más que a la lógica y, lo más triste, más que a la verdad bíblica.

Conclusión.

La discusión completa deja al descubierto una verdad incómoda, José Carlos Ruiz y el detractor han edificado todo su alegato sobre malentendidos básicos, citas bíblicas fuera de contexto, confusión sistemática entre iglesia universal e iglesias locales, e interpretaciones emocionales que no resisten ni el primer soplo de análisis. Cada una de sus objeciones muere por la misma causa, no entienden lo que están leyendo y no entiende lo que están refutando.

El argumento central es sencillo. La iglesia de Cristo en su sentido universal nació en la mente eterna de Dios, fue anunciada desde Abraham, profetizada en Isaías, preparada por Cristo y establecida gloriosamente en Pentecostés del año 33 en Jerusalén. Esa iglesia no puede ser destruida, porque Cristo la sostiene, y las puertas del Hades jamás podrán prevalecer contra ella. Nadie, ni ángel ni hombre, puede “restaurarla”, porque nunca ha dejado de ser. Es invencible porque su existencia no depende de la fragilidad humana, sino del poder del Rey resucitado. Pero eso jamás ha estado en debate. El detractor y José Carlos Ruiz pelean contra un fantasma que ellos mismos fabricaron.

Lo que sí es histórico, verificable e innegable es que las iglesias locales de Cristo en América tuvieron un origen humano, geográfico e histórico, tal como todas las congregaciones del Nuevo Testamento tuvieron un origen humano, geográfico e histórico. Pablo estableció iglesias. Pedro estableció iglesias. Los dispersos tras la persecución establecieron iglesias. Y en nuestro continente, Stone, Scott, los Campbell y otros predicadores plantaron iglesias conforme al patrón bíblico. Eso no resta gloria a Cristo, del mismo modo que Corinto no fue menos iglesia por haber sido fundada por Pablo. Negar esta realidad no es defender la fe; es pelear contra los archivos de la historia.

En vez de presentar evidencia, el detractor y José Carlos Ruiz caen en dramatismos inútiles, “que me demuestren que Cristo mintió”, “que me demuestren que Daniel mintió”, “yo no sigo hombres”. Todo eso suena muy piadoso, pero no toca el punto real. Nadie ha dicho que Cristo mintió. Nadie ha dicho que Daniel mintió. Nadie ha dicho que debamos seguir a Campbell. Nadie ha dicho que la iglesia universal fue restaurada por persona alguna. Ellos combaten palabras que nadie pronunció.

Además, el silencio cómplice del detractor ante falsos testimonios emitidos por sus seguidores, su falta de rigor para revisar acusaciones, y su predisposición a permitir que otros difamen sin pruebas, pintan un cuadro ético deplorable. El que dice amar la verdad pero no exige evidencia, no ama la verdad; ama el ruido que le conviene. Y la Escritura es tajante, diciendo, “El testigo falso no quedará sin castigo” (Proverbios 19:5).

La verdad es más luminosa que todas sus objeciones. La iglesia universal es eterna. Las iglesias locales tienen inicios históricos. Reconocer esos inicios no es idolatría, sino honestidad. Negarlos no es fidelidad, sino ignorancia.

Concluyo lo que ya es evidente, quien rechaza hechos comprobados y confunde categorías bíblicas no está defendiendo la doctrina; está defendiendo su ego. Cristo no pidió seguidores que cierren los ojos a la historia, ni discípulos que manipulen la Escritura para apuntalar una narrativa, sino hombres y mujeres que amen la verdad más que su propia voz.

Y frente a ese llamado, lo único digno es caminar en luz, hablar con claridad y dejar que la verdad juzgue a cada argumento. Porque la verdad, a diferencia del detractor, no necesita gritos ni slogans; solo necesita ser proclamada.

[1] El Movimiento de Restauración. Guillermo Álvarez, Luis A. Barros y Lorenzo Luévano. Publicaciones Volviendo a la Biblia.

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