Hay tantos hombres malos en el mundo, que ya tenemos miedo de caminar por las calles. Nuestros hogares los tenemos como si fueran prisiones, y tiembla nuestro espíritu cuando escuchamos de terribles crímenes que se cometen a diario. Sin embargo, no son solamente de esos hombres de quienes debemos tener cuidado, pues Cristo dijo, “no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mateo 10:28). Más bien os digo, mis amados hermanos, guardaos de los hombres buenos. ¿Quién teme de un hombre bueno? ¿Quién se cuida del que es amable, confiable y positivo? ¿Quién tiene cuidado de quien irradia luz y nos hace sentir seguros? Nadie. Sin embargo, son los más peligrosos.
¿No fue el mismo Abraham quien dudo de Dios y le importó poco el honor de su humilde esposa? ¿No fue el mismo Salomón, el que trajo la idolatría a Israel y provocó la división de su nación? ¿No fue el mismo David, quien adulteró con la mujer de otro y lo engañó para mandarlo a la muerte? El salmo dice, “Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar” (Salmo 41:9). ¿No se hizo esto con un beso? Hombres piadosos, hombres de confianza, hombres que nos inspiran, hombres a quienes llegamos a amar y respetar con nuestras fuerzas. Hombres que nos dan aliento y que nos hacen sentir especiales, son ellos los que son mucho más peligrosos. Son como el ángel de luz que nadie teme, son como ministros de justicia, o al menos, así lo parecen. ¡Guardaos de los hombres buenos!
Yo siempre tengo cuidado cuando se presenta a mí uno que dice ser siervo de Dios, y que, además, pone un gran énfasis en el amor de Dios, que cuida mucho el tono de su voz para parecer humilde y manso, y que dice ahora experimentar a mayor escala el ser paciente, amable y comprensivo. Esos hombres son sumamente peligrosos, pues, aunque tienen apariencia de ser inofensivas ovejas, en realidad son lobos rapaces (cfr. Mateo 7:15; Hechos 20:29). Estos hombres brotan de entre la hermandad, para arrastrar tras de sí mismos a quienes desean conocer y hacer la voluntad de Dios.
El detractor y falso maestro, Fernando Mata, ha dado testimonio de ser esa clase de individuos que, de pronto, experimentan una conversión momentánea, en la cual dicen ser diferentes. Este hombre ya en varias ocasiones ha declarado cambiar, ser diferente, ser distinto, y de pronto, vuelve con sus extravagantes y perversas actitudes. Por un lado, dirá que está arrepentido, y que ha cambiado, que es diferente, pero luego volverá a las mismas cosas. De hecho, cada vez que ha dicho que es diferente, lo hace solamente de lengua, pues no reconoce, ni confiesa tampoco, sus pecados. Se limitará a decir, en términos generales, que ha sido esto o esto otro, pero no lo verá reconocer realmente sus pecados. Por ejemplo, en el presente blog, hemos expuesto sus mentiras, difamaciones, engaños, hipocresía, en la que incluso ha arrastrado a muchos a ella, y a violentar la Palabra de Dios, y el hombre no ha dicho absolutamente nada. Se ha hecho el desentendido, y simplemente cree que el tiempo borrará el asunto, cuando no es así. También le hemos señalado su sectarismo, y se ha limitado justificar y a maquillar su sectarismo, como lo demostraremos en esta sección.
Advertimos, pues, que si usted tiene comunión con el detractor y falso maestro Fernando Mata, estará participando de sus malas obras. Estará participando de sus mentiras, engaños, difamaciones, hipocresía y sectarismo. ¿Pondrá en riesgo su alma, la cual fue comprada con la sangre de Cristo, para finalmente perderla por mantener la comunión con este detractor? ¿Amará más usted la comunión con un individuo de esta naturaleza, que al Señor mismo y su voluntad? ¿Pondrá su eternidad en juego por querer mantener la comunión con un difamador, o con aquellos que son contumaces, y le siguen? Advertido está.