Hablar de autoridad moral, es tener en cuenta la credibilidad que tiene una persona dentro de una sociedad determinada. Nuestro Salvador, Jesucristo, puso de manifiesto la importancia de dicha autoridad, cuando dijo, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46). Ninguno de los opositores a Jesús pudo demostrar que había alguna falta en su vida. Esta autoridad moral mostraba que Jesús decía la verdad acerca de su persona, es decir, que era el Hijo de Dios, y que con toda confianza podríamos creer en él. Los cristianos, sean predicadores o no, debemos cultivar dicha autoridad. Dios espera que lo hagamos. Pablo lo dijo así, “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1). La ética de Dios para el cristiano es sumamente clara. La santidad debe ser perfeccionada en nosotros, y por nosotros.
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